La situación ha obligado a los empresarios turísticos a elevar sus voces y reclamar con urgencia una intervención más decidida por parte del Gobierno federal. Desde asociaciones hoteleras hasta cámaras empresariales del sector turístico, todos coinciden en que el problema del sargazo ya no puede abordarse como un fenómeno estacional o aislado, sino como una emergencia ambiental recurrente que exige una estrategia integral, sostenida y científica. Proponen la creación de un organismo interinstitucional permanente que coordine la vigilancia satelital, las barreras marítimas de contención, la recolección en altamar y el aprovechamiento industrial del sargazo, antes de que toque tierra.
El impacto económico es innegable. Si bien todavía no existen cifras oficiales actualizadas para este año, las estimaciones preliminares apuntan a pérdidas multimillonarias derivadas de la menor afluencia turística, el aumento de costos operativos en los hoteles por la limpieza de playas y mantenimiento de infraestructura, y el daño reputacional para un destino que, durante años, ha liderado las preferencias del turismo internacional. Tour operadores internacionales han comenzado a modificar sus paquetes, desviando a sus clientes hacia otros destinos del Caribe que, aunque también enfrentan la presencia de sargazo, lo hacen en una escala más manejable. La competencia regional se intensifica, y México corre el riesgo de perder posicionamiento si no logra ofrecer soluciones visibles y sostenibles.
Las causas del fenómeno son complejas y multidimensionales. Expertos coinciden en que el aumento en la proliferación del sargazo está estrechamente relacionado con el cambio climático, el calentamiento de las aguas del Atlántico y los niveles elevados de nutrientes derivados de actividades humanas, como la agricultura intensiva en América del Sur, que terminan vertidos al mar a través del Amazonas. Estos nutrientes fertilizan las aguas del océano y alimentan la expansión acelerada del alga. La corriente del Atlántico la transporta hacia el mar Caribe, donde encuentra condiciones propicias para acumularse masivamente frente a las costas mexicanas.
A pesar de los esfuerzos locales, como la instalación de barreras flotantes y el uso de embarcaciones sargaceras, la falta de una política nacional clara, un presupuesto federal adecuado y coordinación efectiva entre niveles de gobierno ha impedido que estas acciones sean verdaderamente eficaces. El sargazo se ha convertido, no solo en un problema ambiental, sino en un símbolo de la necesidad de mayor gobernanza ambiental y de una política turística resiliente ante los nuevos desafíos que plantea el siglo XXI.
Mientras tanto, la imagen de playas paradisíacas cubiertas de algas continúa propagándose por redes sociales y medios internacionales, afectando la percepción del destino justo en plena temporada alta. Los turistas, cada vez más informados y sensibles a cuestiones medioambientales, buscan opciones más limpias y sostenibles, lo que obliga al Caribe mexicano a repensar su modelo de gestión costera y su capacidad de respuesta ante fenómenos naturales que ya no son excepcionales, sino parte del nuevo escenario climático global.