En los últimos años, el alza sostenida del precio del cacao en los mercados internacionales —que alcanzó picos históricos de hasta 12.600 dólares por tonelada en 2024— ha impulsado aún más este giro estratégico. Pero más allá de las cifras, lo que verdaderamente destaca es la conciencia creciente de los productores, muchos de ellos hijos y nietos de quienes sufrieron el colapso del sector, sobre el valor de apostar por la calidad, la biodiversidad y el origen. La finca Riachuelo de Mendoá es un ejemplo vivo de este nuevo paradigma. Allí, Rodrigo Souza Nazarete dirige con precisión los procesos de fermentación y secado de las almendras, sabiendo que cada detalle influye en el sabor final del chocolate. Su labor, como la de muchos otros, ha convertido a la región en un referente nacional e internacional en la producción de chocolates finos, con premios que validan esta nueva etapa de excelencia.
El Festival del Chocolate, celebrado anualmente en Ilhéus, es una de las mejores vitrinas de esta transformación. Más que una feria comercial, se ha convertido en un evento cultural, gastronómico y turístico donde confluyen emprendedores, chefs, turistas y productores. Mermeladas, cervezas, cosméticos, cremas, bombones con rellenos autóctonos y, por supuesto, tabletas de chocolate de autor reflejan la enorme versatilidad del cacao como producto de origen, pero también como narrativa territorial. En ese marco, el cacao deja de ser un simple cultivo para convertirse en símbolo de regeneración, identidad y sostenibilidad.
Maurício Galvão, secretario de Turismo de Ilhéus, subraya que el 70% de la producción proviene de agricultores familiares, muchos de ellos comprometidos con prácticas agroecológicas y con el fortalecimiento de circuitos cortos de comercialización. Según sus palabras, “el cacao aquí es más que un producto: es historia viva, bosque en pie, transformación social”. Galvão destaca además la importancia de la integración del cacao con otras dimensiones clave del desarrollo, como la educación, la cultura y el turismo. En esta visión integradora, el turista no solo consume chocolate, sino que comprende su origen: camina por las plantaciones, cosecha mazorcas, observa el proceso de fermentación y secado, escucha historias de los productores y degusta un chocolate que refleja todo ese recorrido.
El turismo, en este contexto, se posiciona como una actividad complementaria estratégica, capaz de generar ingresos adicionales, diversificar la economía rural y elevar la autoestima colectiva. Lejos del modelo extractivo de otras épocas, este enfoque promueve la permanencia de las comunidades en sus territorios, el mantenimiento de los ecosistemas y el reconocimiento del saber ancestral. Las rutas del cacao, que comienzan a consolidarse en varios municipios de Bahía, representan una oportunidad única de conectar al visitante con una cadena de valor donde cada eslabón tiene rostro, nombre y memoria.
El sur de Bahía no solo está recuperando su liderazgo cacaotero, sino que lo está haciendo bajo nuevas reglas: sostenibilidad, calidad, inclusión y turismo experiencial. En un mundo cada vez más atento a lo que consume y cómo se produce, este modelo brasileño podría convertirse en referente para otras regiones productoras del mundo que buscan reinventarse sin perder sus raíces. Del campo al chocolate gourmet, Bahía escribe hoy una historia de resiliencia, innovación y sabor.