Al norte, en Las Médulas —un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad—, el incendio no alcanzó las estructuras romanas en sí, pero arrasó con castaños centenarios, infraestructuras turísticas como el Aula Arqueológica y el mirador de Orellán, y obligó a evacuar a unos 800 vecinos. El historiador Javier Sánchez‑Palencia expresó su profundo pesar por la carencia de un plan de protección eficaz desde la declaración de la UNESCO en el año 2000.
En el extremo sur, en Tarifa (Cádiz), la situación fue igualmente alarmante: dos incendios consecutivos en zona de alta ocupación turística —con población que supera los 50 000 habitantes en verano— obligaron a evacuar hoteles, campings y urbanizaciones, mientras el fuego consumía cientos de hectáreas en uno de los entornos ecológicos más frágiles protegidos por legislación nacional e internacional. Ecologistas como Ecologistas en Acción y SEO/BirdLife denunciaron que la proliferación urbanística sin control y la escasa prevención agravan el riesgo frente al cambio climático.
Estos brotes no son incidentes aislados, sino parte de una crisis creciente. Europa vive una ola de incendios sin precedentes: más de 410 000 hectáreas han ardido este año, frente a las 189 000 de 2024, con España entre los países más afectados. El mecanismo de protección civil de la UE se ha activado ya 16 veces en 2025, y España ha solicitado asistencia internacional, recibiendo apoyo aéreo especializado.
Las consecuencias para el turismo y la movilidad también han sido severas. En Galicia, el fuego cortó durante horas la línea de alta velocidad entre Madrid y Galicia, afectando a Renfe y generando colas interminables de viajeros dispuestos a sustituir trenes por autobuses, con trayectos que pasaron de 4 a casi 9 horas. En Asturias, Castilla, León o Extremadura, los impactos ambientales y económicos solo hacen prever un empeoramiento de los indicadores de actividad turística.
Y es que los incendios inciden directamente en la imagen de los destinos, alteran el flujo turístico y generan pérdidas masivas de ingresos tanto por las cancelaciones como por la erosión de la confianza del viajero. La reconquista de estos espacios requiere no solo restauración, sino estrategias que integren protección del patrimonio con turismo sostenible.
El desafío climático empuja además a repensar el modelo turístico español: hace apenas un año ya se alertaba que el turismo estacional —concentrado en los meses de calor extremo— sería incompatible con un futuro marcado por el calentamiento global, recomendándose de forma prioritaria un modelo desestacionalizado.