Además, más del 70 % de los eco-lodges más rentables son propiedad de empresas extranjeras. Como consecuencia, una parte considerable de los ingresos se desvía hacia agencias de viaje en el extranjero, se utiliza para importar productos o termina repatriada, en vez de reinvertirse en el desarrollo local.
Este modelo de turismo de lujo tiende a concentrar la riqueza en manos de corporaciones foráneas o una pequeña élite nacional, mientras los empleos accesibles para la población autóctona pagan sueldos bajos y carecen de perspectivas de desarrollo, exacerbando las brechas socioeconómicas.
El desajuste entre las expectativas y la realidad empieza a provocar tensiones sociales. En la reserva Maasai Mara de Kenia, por ejemplo, un activista local ha presentado una demanda para frenar la apertura de un nuevo lodge de la cadena Ritz‑Carlton, que incluye albercas privadas y servicio de mayordomo personal. Los habitantes Maasai denuncian que el proyecto atenta contra sus ecosistemas y modos de vida tradicionales.
En Tanzania, decenas de miles de Maasai han sido desplazados para dar paso a lodges de caza, lo que ha generado protestas y enfrentamientos violentos con la policía. Estos conflictos reflejan el descontento creciente de comunidades que sienten que se las margina para dar lugar al turismo de elitista.
Esta situación no es exclusiva de África Oriental. En destinos del norte y sudoeste del continente, como Marruecos, Mauricio, Sudáfrica y Egipto, se repiten patrones similares: los inversionistas extranjeros adquieren extensas zonas costeras o rurales para erigir resorts de lujo, mientras agricultores, pescadores o grupos locales quedan excluidos y sin participación en los beneficios.
El problema subyacente es el llamado “leakage” o fuga de ingresos: un fenómeno típico del turismo de lujo en el que gran parte del gasto no se queda en la economía anfitriona, sino que se escapa hacia operadores externos, deprimiendo así el potencial de desarrollo local.
Ante este panorama, el estudio invita a reconsiderar el enfoque turístico en África. Plantea la necesidad de migrar hacia modelos más inclusivos y resilientes, en los que las comunidades tengan voz y participación real. Esto incluye:
Priorizar la contratación local y el desarrollo de capacidades, como formar guías, artesanos o pequeñas empresas de servicio.
Promover economías auxiliares que permitan que los turistas gasten más allá de los hoteles: en mercados, talleres artesanales, guías comunitarios, restaurantes independientes, etc.
Reformular el concepto de “eco-turismo” para que, además de sostenible ambientalmente, también sea justa y equitativa desde el punto de vista social, respetando derechos territoriales y favoreciendo economías locales.
Implementar esquemas como los conservancy models en Kenia, donde los Maasai actúan como propietarios que arriendan sus tierras a operadores turísticos, generan ingresos y mantienen el control sobre la gestión turística .
Solo así el turismo podrá convertirse en una fuerza real de desarrollo, capaz de generar empleos dignos, fortalecer economías rurales, preservar tradiciones y proteger ecosistemas, en lugar de actuar como un motor exclusivo de ganancia para unos pocos.
El estudio de la Universidad de Manchester desmantela la idea de que el turismo de lujo sea una solución automática para el desarrollo africano. En su lugar, urge apostar por modelos equitativos, sostenibles y centrados en la gente, donde los beneficios realmente alcancen a aquellos que viven y dependen de esos destinos.