Este fenómeno, que ya se había insinuado en años anteriores, ha adquirido en 2025 una dimensión crítica. Algunos locales han comenzado a cerrar, otros apenas sobreviven, y muchos empresarios reconocen que están atravesando uno de los peores momentos económicos de la última década. Lo más inquietante es que no se trata de una caída por falta de afluencia, sino de una transformación en los hábitos de consumo del turista medio que visita Venecia, cuya estancia es más corta, su gasto más limitado y su comportamiento más orientado al consumo rápido y gratuito del destino que a la inversión en productos o experiencias locales.
Ante esta situación, diversas voces han comenzado a exigir medidas urgentes y estructurales. No basta, advierten, con regular la cantidad de visitantes o establecer tasas de entrada a la ciudad. Es necesario repensar el modelo turístico, fomentar un tipo de visitante que valore la cultura, el comercio de proximidad y la calidad de la experiencia, y no simplemente el consumo visual y efímero del lugar. Venecia no puede sostenerse únicamente con la imagen de sus canales o sus plazas, sino que requiere que quienes la visitan también contribuyan a la vitalidad económica que sostiene su entramado social.
Algunos expertos señalan que este fenómeno responde a una tendencia más amplia en Europa, donde el turismo de masas ha comenzado a generar efectos adversos no solo en el entorno urbano y medioambiental, sino también en los modelos económicos de las ciudades históricas. En el caso veneciano, el problema se agrava por la saturación del espacio público, la concentración de cruceristas en determinadas horas del día y la falta de políticas eficaces que promuevan la diversificación económica en el centro.
Por otro lado, los propios habitantes de Venecia ven con creciente frustración cómo la vida cotidiana se hace cada vez más difícil. El comercio de barrio desaparece, los precios suben, y la ciudad, aunque repleta de gente, parece vacía de contenido humano y auténtico. Muchos pequeños empresarios lamentan que la imagen de Venecia se haya reducido a una postal estática que se consume rápidamente, sin generar vínculos ni dejar huella.
Las autoridades locales se enfrentan al desafío de proteger la economía veneciana sin desalentar la llegada de turistas, lo que requiere un equilibrio complejo entre promoción internacional, protección del tejido comercial y regulación del acceso. Algunas medidas propuestas incluyen campañas para fomentar el turismo responsable, incentivos para el consumo local y el diseño de rutas temáticas que inviten a los visitantes a descubrir tiendas, talleres y mercados tradicionales, más allá de los circuitos turísticos convencionales.
Lo que está ocurriendo en Venecia no es solo una advertencia para la ciudad de los canales, sino una señal de alarma para todos los destinos que dependen de un turismo intensivo pero poco rentable. La experiencia veneciana demuestra que el éxito turístico no puede medirse únicamente en cifras de visitantes, sino en la capacidad de generar beneficios sostenibles para la comunidad que los recibe. De no corregirse el rumbo, Venecia corre el riesgo de convertirse en un escenario vacío, saturado de flashes y mochilas, pero cada vez más ajeno a las necesidades de quienes la habitan y trabajan en ella.