Junto con su esposa María Lucía, recibió el bautismo y asumió con profunda coherencia la vida cristiana, destacando por su humildad, su piedad y su dedicación a la enseñanza religiosa. Tras enviudar en 1529, vivió en recogimiento, fortalecido por la oración y la participación frecuente en la Eucaristía.
La Ruta permite seguir sus pasos hasta el amanecer del 9 de diciembre de 1531, cuando, según el Nican Mopohua, la Virgen de Guadalupe se le apareció por primera vez en el cerro del Tepeyac. En ese encuentro, María le pidió que transmitiera al obispo Juan de Zumárraga su deseo de que se le construyera un templo “donde escuchar el llanto, la tristeza, y curar penas y dolores” de su pueblo. Tras la incredulidad inicial del obispo, Juan Diego recibió la misión de llevar una señal. Esa señal llegó el 12 de diciembre, cuando la Virgen le pidió recoger flores invernales en la cima del Tepeyac. Al desplegar su tilma frente al obispo, las rosas se esparcieron y dejó al descubierto la imagen que hoy se venera en la Basílica de Guadalupe, uno de los símbolos más poderosos de la fe mexicana.
La Ruta también invita a conocer la vida posterior de Juan Diego, quien, autorizado por la autoridad eclesiástica, se instaló en una humilde vivienda junto al santuario de la “Señora del Cielo”. Allí dedicó sus días a la oración, a la limpieza del templo y a la acogida de peregrinos, convirtiéndose en el primer custodio del mensaje guadalupano. Su vida refleja un camino silencioso de santidad, marcado por la pobreza voluntaria, la contemplación y la obediencia, elementos que fortalecen el carácter espiritual del recorrido turístico que hoy lleva su nombre.
Además de su dimensión espiritual, la Ruta de San Juan Diego representa un puente entre historia, cultura y memoria colectiva. Los visitantes pueden imaginar el contexto de la época: la transición tras la conquista, los movimientos militares que pasaban cerca de Cuautitlán y Tulpetlac, y el impacto que estos sucesos debieron tener en la vida cotidiana de Juan Diego y su familia. Aunque su origen humilde como macehual lo situaba en el campo y en labores agrícolas, la cercanía geográfica con los acontecimientos de la Conquista hace evidente que fue testigo de una época de profundas transformaciones socioculturales, que dieron marco al surgimiento del Acontecimiento Guadalupano.
Al ofrecer una experiencia inmersiva basada en fuentes históricas, testimonios tradicionales y un profundo respeto por la devoción popular, la Ruta de San Juan Diego se fortalece como una propuesta que articula fe, turismo y patrimonio. Cada paso del recorrido permite contemplar no solo los lugares donde ocurrieron las apariciones, sino también la vida y espiritualidad del primer santo indígena de América, cuya figura sigue inspirando a millones de personas en el mundo.
Con su creciente reconocimiento y su capacidad de transmitir un mensaje atemporal de fe y esperanza, esta ruta se posiciona como una de las experiencias más emblemáticas del turismo religioso contemporáneo, invitando a creyentes, estudiosos y viajeros a reencontrarse con los orígenes de una devoción que forma parte esencial de la identidad cultural de México.
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