No obstante, la reducción de visitantes chinos no llega sin consecuencias. Para Japón, China representa una de las fuentes más importantes de ingreso turístico. Se calcula que las cancelaciones desde China podrían restar entre 500 millones y 1.2 mil millones de dólares al gasto previsto para 2025, una cifra significativa que pone en riesgo a hoteleros, restauradores, comercios de lujo y toda la red de servicios vinculados. Además, algunas aerolíneas y operadores turísticos ya han comenzado a ajustar rutas, reducir vuelos y suspender ofertas hacia Japón, lo que compromete la conectividad con el país.
Paradójicamente, este descenso obligado de visitantes chinos podría convertirse en una demanda de respiro para el país. Con menos aglomeraciones, las autoridades locales tienen la posibilidad de repensar cómo gestionar el turismo: ya no solo como una fuente masiva de ingresos, sino como una oportunidad para reconducir la oferta hacia modelos más sostenibles, equilibrados y respetuosos con residentes, patrimonio y entorno. Lugares saturados podrían recuperar espacios de tranquilidad, mejorar la experiencia de quienes viajan y reducir la presión sobre medios de transporte, alojamientos y servicios públicos.
Este ajuste en el flujo turístico podría empujar a que los gestores del sector (administraciones, autoridades regionales, operadores) revisen medidas de planificación más conscientes: limitar la masificación en zonas sensibles, fomentar destinos alternativos menos conocidos, controlar precios, mejorar infraestructuras y equilibrar el turismo con el bienestar de la comunidad local. En un país tan rico en historia, cultura y naturaleza como Japón, reconvertir el turismo en una actividad que priorice calidad sobre cantidad —tras un año nuclear de turismo desbocado— cobra relevancia como estrategia responsable a largo plazo.
Al mismo tiempo, esta pausa forzada pone en evidencia cuánto dependía Japón de un solo origen de turistas. Para evitar vulnerabilidades futuras, es posible que aumente el interés por diversificar mercados: atraer visitantes de otros países, fomentar turismo interno, promover viajes más sostenibles o segmentados, y ofrecer experiencias menos centradas en los clásicos circuitos saturados. Ese enfoque podría ayudar a mitigar las pérdidas inmediatas y a construir un turismo más resiliente.
Lo que para muchos destinos sería una crisis, para Japón podría ser la tregua que tanto necesita su turismo. La disminución de visitantes chinos —aunque dolorosa en lo económico— abre una ventana para repensar el turismo sobre otras bases: mejores experiencias para quienes viajan, menor presión sobre las ciudades, más equilibrio entre beneficio económico y calidad de vida local. Si las autoridades y la industria saben interpretar esta oportunidad, podría gestarse un Japón turístico diferente: más sostenible, más ordenado y finalmente más habitable.