Cuando Pío XII lo proclamó Patrón del Turismo en 1952, el mundo vivía una transformación trascendental: se había iniciado la era del turismo moderno, impulsada por el transporte aéreo, el crecimiento económico de la posguerra y la apertura internacional. En este contexto, el Papa observó que la figura de San Francisco Javier representaba valores indispensables para el fenómeno emergente de viajar: la curiosidad por el otro, la disposición al aprendizaje mutuo, el respeto por las culturas visitadas y la capacidad de reconocerse a sí mismo a través del descubrimiento del mundo. Su designación no respondía a motivos exclusivamente religiosos, sino también a una visión integral del turismo como un medio para promover la paz, la cooperación y el entendimiento entre naciones.
El perfil de San Francisco Javier, además, encaja con una dimensión del turismo que con frecuencia se pasa por alto: su componente transformador. Viajar no es únicamente trasladarse; es exponerse a lo distinto, es dejar que el camino modifique percepciones, sensibilidades y actitudes. Javier, en sus cartas y testimonios, deja ver un espíritu en constante evolución, que aprende de los otros y que encuentra en cada territorio una oportunidad para crecer. Ese espíritu es hoy un pilar esencial de la ética turística contemporánea, que llama a valorar la diversidad cultural, preservar la autenticidad de los destinos y evitar cualquier forma de impacto negativo sobre las comunidades anfitrionas.
Otra razón por la que San Francisco Javier continúa siendo una figura relevante dentro del turismo es por su capacidad para unir mundos. Fue un puente entre Oriente y Occidente en una época en la que las distancias geográficas eran también distancias culturales y políticas. Sus viajes favorecieron un intercambio incipiente de conocimientos, tradiciones, lenguas y miradas sobre el mundo. Esa vocación de conexión es, precisamente, uno de los motores del turismo actual, entendido como un tejido de relaciones que puede generar desarrollo, bienestar y oportunidades para los pueblos si se gestiona con responsabilidad.
En un momento en el que el turismo global enfrenta desafíos complejos —desde la sostenibilidad hasta la gestión del patrimonio, pasando por la convivencia entre residentes y visitantes—, la figura de San Francisco Javier recupera vigencia. Su ejemplo invita a reflexionar sobre el sentido profundo de viajar: comprender sin imponer, admirar sin apropiarse, participar sin invadir. Es un recordatorio de que el turismo debe construirse desde una perspectiva ética, donde se respeten las identidades locales y se reconozca que cada destino es un espacio vivo que merece protección y cuidado.
A lo largo de estos más de 70 años desde su proclamación como Patrón del Turismo, San Francisco Javier ha sido invocado tanto por instituciones religiosas como por organismos turísticos que reconocen en él una referencia de diálogo, encuentro y fraternidad. Su legado inspira a quienes trabajan en la promoción de destinos, en la gestión de visitantes o en la creación de experiencias significativas. También ofrece una guía espiritual y humana para los propios viajeros, que encuentran en su vida una invitación a viajar con sentido, con apertura y con responsabilidad.
Hoy, cuando millones de personas se desplazan cada día por motivos culturales, recreativos, profesionales o espirituales, recordar a San Francisco Javier es también recordar la dimensión humana del viaje. Su vida demuestra que el desplazamiento puede convertirse en una oportunidad para construir puentes, transformar realidades y descubrir lo mejor de la diversidad del mundo. En su figura convergen historia, espiritualidad y visión global, lo que lo convierte, aún hoy, en un símbolo plenamente vigente para el turismo internacional.