Esta aparente contradicción entre la saturación y el reconocimiento del valor económico del turismo pone de relieve una demanda social clara: es necesario gestionar mejor la actividad turística, con políticas públicas más eficaces, una distribución más equitativa de los flujos de visitantes, y una regulación que favorezca la convivencia entre turistas y residentes. La ciudadanía no rechaza el turismo en sí, sino las externalidades negativas que conlleva cuando no está adecuadamente planificado ni regulado.
Los resultados del barómetro también indican un cambio en las prioridades ciudadanas respecto al turismo. Cada vez son más los que reclaman un modelo más sostenible, respetuoso con el entorno y que priorice la calidad sobre la cantidad. Asimismo, se constata una creciente preocupación por el acceso a la vivienda, uno de los temas más sensibles en la capital catalana, donde muchos vecinos asocian el auge de las viviendas turísticas con el encarecimiento del alquiler y la expulsión de residentes de los barrios históricos. En este contexto, las medidas del Ayuntamiento para limitar las licencias de pisos turísticos y combatir la oferta ilegal han sido bien valoradas por buena parte de la ciudadanía.
La percepción sobre el turismo también se ve influida por la coyuntura económica y por la experiencia personal de cada ciudadano. Quienes trabajan directa o indirectamente en el sector suelen tener una visión más positiva, mientras que quienes sufren las consecuencias de la masificación —como el ruido, la congestión en el transporte público o la pérdida de identidad barrial— tienden a posicionarse de forma más crítica. Esta dualidad obliga a una reflexión profunda sobre el modelo turístico de la ciudad, que combine la capacidad de atraer visitantes con el respeto por la vida cotidiana de los barceloneses.
El debate no es nuevo, pero los datos del barómetro muestran que se está intensificando. La ciudadanía reclama medidas valientes, no sólo en términos de limitación de flujos, sino también en el fomento de un turismo más responsable, con una oferta diversificada, desestacionalizada y descentralizada territorialmente. El turismo de calidad, cultural, científico, deportivo o gastronómico es percibido como una alternativa más sostenible frente al turismo de masas concentrado en unos pocos puntos del centro urbano.
Barcelona se enfrenta al reto de seguir siendo una ciudad abierta al mundo sin renunciar a su identidad ni comprometer el bienestar de sus habitantes. La opinión pública, tal y como revela este último barómetro, exige nuevas formas de gobernanza turística que pongan en el centro a las personas y que apuesten por una planificación inteligente, participativa y sostenible del turismo. El futuro de la ciudad pasa por un equilibrio delicado, pero posible: acoger sin desbordarse, generar riqueza sin desigualdad, y preservar la esencia de Barcelona sin cerrar sus puertas al mundo.