En Israel, uno de los países más afectados, el turismo —que representa un componente esencial de su economía— se ha desplomado en cuestión de horas. Los lugares santos de Jerusalén, que normalmente congregan a miles de visitantes de todo el mundo, lucen ahora vacíos, mientras los servicios turísticos permanecen cerrados o funcionando a medio ritmo. Las autoridades israelíes han redoblado los esfuerzos en seguridad y protección civil, pero reconocen la dificultad de revertir la caída drástica en la llegada de turistas mientras persistan los ataques y la amenaza de una guerra regional.
El impacto también se extiende a otros países de la región que, aunque no participan directamente en el conflicto, ven cómo la percepción de riesgo se generaliza en la mirada de los viajeros. Emiratos Árabes Unidos, Catar, Omán, Baréin y Arabia Saudí, que en los últimos años habían invertido fuertemente en posicionarse como destinos de ocio, negocios y turismo cultural, sufren ya las consecuencias. Los grandes eventos internacionales programados para este verano, incluidos congresos, festivales y competiciones deportivas, están siendo reevaluados o cancelados por los organizadores ante el temor a posibles incidentes o al descenso drástico en la participación.
El sector de los cruceros, que había experimentado un auge en el Golfo Arábigo, también se ha visto duramente afectado. Varias navieras han modificado sus rutas, eliminando escalas en puertos de la región y desviando sus itinerarios hacia el Mediterráneo occidental o el sudeste asiático. Los operadores turísticos destacan que el efecto es doble: por un lado, se pierden los ingresos directos por la llegada de visitantes, y por otro, se daña la confianza del sector para planificar futuras operaciones en la zona.
Desde el punto de vista económico, los países de Oriente Medio y la Península Arábiga encaran un duro golpe a uno de los sectores llamados a diversificar sus economías, tradicionalmente dependientes de los hidrocarburos. El turismo, en especial el de alto poder adquisitivo y el de negocios, había sido identificado como un motor de desarrollo clave. La guerra y la inestabilidad ponen en riesgo esos planes, con consecuencias que podrían prolongarse más allá de la duración del propio conflicto.
Los expertos advierten que la recuperación del sector turístico será compleja y lenta, incluso en el escenario de un cese de hostilidades en el corto plazo. La imagen de inseguridad y peligro tarda en borrarse de la percepción de los viajeros internacionales, y se requerirán esfuerzos coordinados de promoción, garantías de seguridad y reconstrucción de la confianza para que el turismo vuelva a los niveles previos al estallido de la guerra. Las asociaciones de agencias de viajes y hoteleros de la región ya solicitan a los gobiernos medidas de apoyo económico, exenciones fiscales y planes de emergencia para mitigar el impacto.
Mientras tanto, la incertidumbre reina en los aeropuertos, puertos y destinos turísticos de la región. Las agencias humanitarias y de seguridad piden a los turistas extranjeros abandonar las zonas de riesgo y evitar viajes innecesarios a Oriente Medio. Las alertas de viaje emitidas por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países refuerzan ese mensaje, contribuyendo a la parálisis de la actividad turística.
La comunidad internacional observa con preocupación cómo un conflicto de origen político y militar arrastra consigo a un sector vital para la estabilidad y el desarrollo económico de Oriente Medio y la Península Arábiga. El turismo, motor de entendimiento y puente entre culturas, se convierte en víctima colateral de una guerra que amenaza con transformar el mapa geopolítico y económico de la región durante mucho tiempo.