En el caso del Perú, el turismo religioso se proyecta como un segmento estratégico en el panorama turístico nacional. En 2023, el sector turístico representó el 3.9% del Producto Bruto Interno y generó más de 820 mil empleos directos e indirectos. De los 4.4 millones de turistas internacionales que se esperan para 2025, se estima que cerca de 450 mil llegarán motivados por razones religiosas o espirituales, lo que equivale a más del 10% del total.
Las festividades religiosas en Perú atraen a cientos de miles de personas cada año, siendo algunas de ellas verdaderos polos de atracción internacional. La procesión del Señor de los Milagros en Lima, por ejemplo, congrega en octubre a más de 500 mil personas, muchas provenientes del extranjero. Solo en 2023, este evento generó un movimiento económico de más de 40 millones de soles, beneficiando al comercio, la gastronomía, la artesanía y el alojamiento. Más de 300 hermandades participan en su organización, varias con presencia internacional en países como Estados Unidos, Italia y Argentina.
Otra celebración de gran relevancia es la de la Virgen de la Candelaria en Puno, que reúne a más de 60 mil danzantes y 15 mil músicos, y que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Se calcula que esta festividad atrae a unos 80 mil visitantes, incluidos 10 mil extranjeros, y genera un impacto económico de más de 27 millones de soles en la región.
También destaca el peregrinaje al santuario de Sinakara en Cusco, conocido como Qoyllurit’i, que convoca a más de 100 mil peregrinos cada año. Esta manifestación sincrética de espiritualidad andina y cristiana moviliza al menos 3.5 millones de dólares durante su semana principal, dinamizando la economía local y fortaleciendo el tejido social comunitario.
El turismo espiritual, particularmente los retiros de ayahuasca en la Amazonía, ha mostrado un crecimiento notable en la última década. Solo en la región de Loreto, existen al menos 70 centros chamánicos activos en torno a Iquitos. En 2019, estos recibieron a cerca de 15 mil turistas, en su mayoría procedentes de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania y Francia. El gasto promedio por retiro se sitúa en 1,200 dólares, lo que supone un impacto económico estimado de 18 millones de dólares anuales para la región.
El perfil del viajero espiritual es claro: personas entre 35 y 55 años, con estudios universitarios, alto poder adquisitivo y fuerte interés por experiencias transformadoras. Este tipo de visitante no solo busca la sanación o la introspección personal, sino que también combina su viaje con recorridos culturales y turísticos, generando un efecto multiplicador en otras regiones del país.
Sin embargo, este crecimiento también trae consigo desafíos importantes. Solo uno de cada cuatro centros de ayahuasca cuenta con registro oficial, lo que ha generado preocupaciones por la falta de regulación, riesgos sanitarios y casos de mala praxis. Asimismo, las festividades masivas pueden sobrecargar los servicios locales, generar residuos y deteriorar el patrimonio si no se gestionan adecuadamente.
Frente a este panorama, las oportunidades son evidentes. La formalización del sector espiritual, mediante registros obligatorios y protocolos de bioseguridad, es una prioridad. Asimismo, la implementación de circuitos turísticos integrados que enlacen destinos religiosos históricos con nuevas experiencias espirituales puede diversificar la oferta. Iniciativas como el desarrollo de rutas temáticas Lima-Ayacucho-Huancavelica o Cusco-Valle Sagrado-Qoyllurit’i permiten articular el patrimonio religioso con otras expresiones culturales y naturales del país.
El uso estratégico de plataformas digitales para promocionar festividades —a través de videos 360°, testimonios en redes sociales y participación en ferias internacionales como FITUR o WTM— puede proyectar a Perú como un destino líder en turismo religioso y espiritual a nivel global.
Con políticas públicas claras, capacitación de operadores, promoción digital e integración de comunidades, Perú está en condiciones de duplicar el número de visitantes religiosos en los próximos cinco años. No se trata solo de atraer más turistas, sino de fortalecer un modelo de turismo basado en la autenticidad, el respeto a las creencias y la generación de valor compartido. Así, el país podrá consolidarse como un epicentro sudamericano de fe, espiritualidad y transformación.