En España, las movilizaciones se hicieron sentir con fuerza tanto en los archipiélagos como en la península. Las Islas Canarias, donde el lema “Canarias tiene un límite” encabezó las marchas, acogieron multitudinarias concentraciones en Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Lanzarote, La Palma y Fuerteventura. Pero también hubo marchas en ciudades como Madrid, Barcelona, San Sebastián, Palma de Mallorca, Málaga, Cádiz y Alicante. En todas ellas se repitió un mismo mensaje: es necesario un cambio en el modelo turístico.
No obstante, las protestas se extendieron mucho más allá del territorio español. En Berlín, Ámsterdam, París, Nápoles o Lisboa se organizaron concentraciones y actos simbólicos que denunciaron la turistificación de los centros urbanos, la expulsión de los residentes, el uso desmedido de apartamentos turísticos y la falta de políticas que regulen adecuadamente la actividad. En ciudades como Florencia o Venecia, donde el turismo ha alcanzado niveles extremos, asociaciones vecinales y ecologistas reclamaron una moratoria urgente en la concesión de nuevas licencias hoteleras y un control más estricto del acceso diario de visitantes.
En Alemania, Berlín vivió una jornada de protesta con especial atención al impacto del alquiler vacacional en los barrios históricos, donde cada vez es más difícil encontrar vivienda para residentes permanentes. En Francia, colectivos ciudadanos en Marsella y Burdeos se sumaron a la denuncia del deterioro urbano y el encarecimiento de la vida cotidiana. En los Países Bajos, Ámsterdam reafirmó su posición crítica ante los excesos del turismo y su impacto ambiental, social y económico.
Uno de los elementos comunes en todas las manifestaciones fue la exigencia de medidas concretas: moratorias turísticas, regulaciones efectivas sobre pisos turísticos, límites al número de visitantes en zonas frágiles o saturadas, impuestos ecológicos para turistas y políticas públicas orientadas a proteger la vida de los residentes. El mensaje fue claro: no se trata de rechazar el turismo, sino de rechazar el turismo mal gestionado.
La respuesta ciudadana refleja un punto de inflexión. Mientras los datos de llegadas internacionales y ocupación hotelera baten récords en muchas ciudades y regiones, la población local empieza a cuestionar el precio que se paga por ese crecimiento. Algunos analistas consideran que este es un momento decisivo para reconfigurar el turismo en clave de sostenibilidad, donde los beneficios no se midan solo en cifras económicas, sino también en calidad de vida, equilibrio ambiental y cohesión social.
Las manifestaciones del 18 de mayo constituyen una llamada de atención a los gobiernos locales, nacionales y a las instituciones europeas. La ciudadanía exige ser escuchada y participar activamente en la construcción de un modelo turístico que ponga límites al exceso, respete la identidad de los territorios y garantice el bienestar de quienes los habitan.
Lo que comenzó como una serie de protestas locales se ha convertido en una red internacional de voces que reclaman un cambio de rumbo. Europa parece estar llegando a un consenso social: el turismo no puede seguir creciendo sin control. La sostenibilidad no es una opción futura, sino una necesidad inmediata.