Duffy se ha mostrado contundente: “Podríamos vernos obligados a cerrar partes del espacio aéreo porque, sencillamente, ya no podemos soportarlo”. La advertencia pone en evidencia el riesgo real de un “caos masivo” en el tráfico aéreo, con retrasos, cancelaciones y riesgos crecientes para la seguridad si los presupuestos no salen adelante. En 2019, un cierre gubernamental de 35 días ya forzó una paralización parcial de servicios —un precedente que ahora sirve de advertencia.
El impacto de esta crisis operativa se ha dejado sentir en los mercados financieros. Las acciones de compañías aéreas como Southwest Airlines, Delta Air Lines, United Airlines y American Airlines han caído entre un 3 % y un 5 % ante el temor de cancelaciones masivas. Desde el inicio del cierre, se calcula que más de 3,2 millones de pasajeros han sido afectados por retrasos o anulaciones.
La situación se torna aún más crítica si se considera que el cierre legislativo sigue prolongándose sin una salida clara. Aunque algunos senadores de ambos partidos —como el republicano John Thune y el demócrata Dick Durbin— han señalado avances, la financiación de programas clave, como los subsidios para seguros médicos, sigue atascada. Esa falta de acuerdo tiene efectos directos y concretos sobre la operativa aérea nacional.
Para destinos internacionales y al turismo en general, el panorama es de especial preocupación. Un cierre parcial del espacio aéreo estadounidense no solo afectaría a las aerolíneas de EEUU, sino que tendría repercusiones sobre otros mercados globales y cadenas de viajeros que transitan por hubs norteamericanos. En un momento en el que la conectividad y la fluidez son esenciales para la recuperación turística, esta crisis pone en entredicho la estabilidad del tráfico aéreo global.
El desafío no se limita a mantener abiertos los cielos, sino a garantizar que los servicios operativos —controladores, seguridad, tráfico, escalas— funcionen con normalidad. Una interrupción mayor implicaría pérdidas económicas, impactos reputacionales y un efecto dominó en las reservas y en la confianza del viajero. Tanto los operadores como los destinos emisores y receptores deben estar alertas para gestionar posibles contingencias.
La actual parálisis presupuestaria en Estados Unidos trasciende la esfera política y se convierte en una amenaza tangible para la aviación y el turismo internacional. Con instalaciones críticas al límite de su capacidad operativa y sin un compromiso claro a corto plazo, la advertencia sobre el cierre del espacio aéreo no debe tomarse a la ligera. El sector queda en estado de alerta máxima: una negociación que parecía puramente gubernamental ha activado una alarma que puede resonar mucho más allá de Washington.