La tragedia marcó su juventud cuando, en 1213, su madre fue asesinada por un grupo de nobles húngaros, un episodio que debilitó su posición y puso en riesgo la dote pactada. La muerte repentina de su prometido, tres años más tarde, pareció sellar su destino. Sin embargo, la historia dio un giro inesperado. Luis, el hermano menor de Hermann, enamorado desde la infancia de Isabel, decidió desposarla y asegurarle así su lugar en la corte. Juntos formaron una pareja extraordinaria, unida por un profundo afecto y por un proyecto común: atender a los más necesitados y vivir la fe de manera auténtica. Fundaron un hospital en Gotha y defendieron una visión cristiana basada en la justicia y la compasión.
Mientras Luis participaba en una campaña militar en Italia, Isabel asumió la gestión del condado. Aquellos años coinciden con malas cosechas e inundaciones que provocaron hambre en la región. La joven condesa abrió un hospital junto al castillo, repartió alimentos y dinero, vendió sus joyas y tejidos preciosos y trabajó con sus propias manos para aliviar el sufrimiento de su pueblo. De esta época proceden los relatos más conocidos sobre su figura, como el célebre milagro de las rosas: sorprendida por Luis mientras llevaba pan escondido en su delantal, las hogazas se transformaron en flores, símbolo que desde entonces la acompaña en el arte sacro.
Tras la muerte de su esposo en 1227 durante una cruzada hacia Tierra Santa, Isabel perdió la protección que le permitía conciliar vida cortesana y vocación espiritual. Su marcha del castillo —interpretada por algunos como una expulsión y por otros como un gesto voluntario de renuncia— la condujo a profundizar aún más su compromiso con el Evangelio. Bajo la influencia de su director espiritual, el controvertido Konrad von Marburg, abrazó la pobreza franciscana y, en 1228, ingresó en la Tercera Orden de San Francisco, convirtiéndose en la primera mujer en adoptarla en territorio germano. Con los bienes de su viudez construyó un hospital en Marburgo, donde atendía a enfermos y peregrinos.
Isabel murió en esta ciudad el 17 de noviembre de 1231, con solo 24 años. Su fama de santidad se difundió con rapidez y, en 1235, el papa Gregorio IX la canonizó en una celebración multitudinaria. Marburgo levantó una majestuosa catedral en su honor, mientras que su culto se extendió por toda Europa. Hoy es patrona de la orden franciscana, lo fue de la orden las mujeres casadas, las madres jóvenes, los panaderos, las enfermeras españolas, los hospitales y las obras de caridad, así como de la archidiócesis de Bogotá. Su figura está presente en innumerables iglesias, como la imponente catedral de Košice, en Eslovaquia, o la Basílica de Santa Isabel en Sárospatak, elevada a basílica menor en 2007.
Su memoria también vive en el arte —desde vidrieras medievales hasta obras maestras como el Sancti Elizabeth of Hungary Nursing the Sick de Murillo— y en la cultura contemporánea. El Camino de Santa Isabel, una ruta de peregrinación de 100 kilómetros entre Sárospatak y Košice, permite hoy a caminantes y viajeros recorrer los paisajes que marcaron su nacimiento y su legado. Festivales, procesiones históricas y tradiciones populares, como las creencias climatológicas asociadas al 19 de noviembre, mantienen viva la presencia de esta santa que supo unir un amor profundo a Dios con una entrega absoluta a los más vulnerables.
Santa Isabel de Hungría no solo pertenece a la historia religiosa europea: es, ante todo, un símbolo universal de compasión y humanidad nacido en el corazón vinícola de Tokaj.