La hospitalidad, por su parte, está moviendo ficha con alianzas estratégicas para profesionalizar la acogida de equipos, ligas y comunidades. Consorcios como Associated Luxury Hotels International (ALHI) han anunciado acuerdos para facilitar alojamientos de alto nivel a organizadores internacionales, integrando necesidades técnicas —conectividad, salas de práctica, seguridad y logística— con el diseño de experiencias premium para fans y acompañantes. Este salto cualitativo convierte a los hoteles en hubs de contenidos y convivencia, eleva el estándar de servicio y abre nuevas líneas de ingresos en F&B, MICE y retail experiencial.
El atractivo no se limita a macroeventos. La nueva ola trae formatos híbridos que combinan disciplinas físicas y digitales —los llamados “phygital games”— y multiplican la agenda anual con ligas universitarias, festivales temáticos, bootcamps y campus familiares. Iniciativas como los “Games of the Future”, con sedes itinerantes y un enfoque que mezcla rendimiento deportivo y destreza digital, ilustran cómo los destinos pueden extender la temporada con contenidos propios, generar retornos tangibles y reforzar su marca como ciudades creativas.
Para los destinos, el reto es pasar de la táctica a la estrategia. La oportunidad reside en diseñar distritos de entretenimiento que integren arenas, centros comerciales, gastronomía, arte urbano y espacios de co-creación; en construir calendarios regulares que mantengan la conversación y la ocupación; y en tejer alianzas con publishers, comunidades y creadores para activar relatos auténticos. Las cifras récord de audiencias digitales y la capacidad de amplificación orgánica del gaming hacen que cada visitante sea también un medio, un productor de contenido y un prescriptor. Skift ha subrayado que el valor diferencial no está solo en el directo, sino en la experiencia end-to-end: viaje sin fricciones, pagos unificados, merchandising exclusivo, realidad aumentada en destino y capas narrativas que conviertan la ciudad en un “mapa jugable”.
El sector público tiene igualmente un papel clave. La planificación urbana, la regulación de eventos, la conectividad y la simplificación de visados determinan la competitividad. La carrera por atraer grandes citas —desde mundiales de esports hasta festivales phygital— está en marcha, y países que ya han apostado por este vector turístico lo tratan como herramienta de diversificación económica y proyección de marca-país. La propia cobertura de la agenda por parte de medios internacionales confirma la relevancia diplomática y de soft power que adquiere el gaming cuando se integra en políticas de atracción de eventos.
Para las marcas turísticas, la hoja de ruta es clara. Primero, conocer a una audiencia transversal que valora la autenticidad y la participación por encima de la publicidad tradicional. Segundo, crear productos que inviten a jugar: rutas urbanas con mecánicas de recompensa, habitaciones tematizadas, pases combinados arena+ciudad, gastronomía inspirada en franquicias y contenidos de backstage. Tercero, activar datos y tecnología para convertir la experiencia en una secuencia conectada, desde la compra hasta el post-viaje, integrando CRM, apps propias y alianzas con plataformas. Cuarto, medir y reportar el impacto: ocupación incremental, gasto per cápita, alcance digital y legado comunitario.
El mensaje es simple: el turismo del juego ya no es una subtrama, es parte del argumento principal del viaje contemporáneo. Quienes entiendan el idioma de las comunidades, inviertan en infraestructura flexible y curen experiencias con narrativa —no solo con hardware— liderarán la conversación y captarán mayor valor. La cuestión no es si su destino o su marca deben jugar, sino qué papel desean ocupar en esta partida que, como advierte la agenda profesional, ha llegado para quedarse y para escalar.