La clasificación sitúa a Francia en la cúspide del ranking con una puntuación de 85,2 sobre 100 y el mayor número de reconocimientos internacionales. nChampagne, con bodegas históricas declaradas Patrimonio de la Humanidad; Borgoña, con más de mil parcelas de viñedos (“Climats”) cada una con identidad propia; y Burdeos, con propuestas de catas en sus célebres châteaux, destacan como puntos de referencia para quienes buscan una experiencia completa entre el vino, el paisaje y la cultura local.
Le sigue Italia, ocupando el segundo puesto gracias a su diversidad enológica y su amplia red de denominaciones de origen e indicaciones geográficas protegidas. País que además lidera la producción vitivinícola europea, Italia permite al visitante sumergirse en la Toscana del Chianti y Montepulciano, o en los territorios del Barbaresco y la Langa del Barolo en Piamonte, escenarios donde el vino se mezcla con historia, gastronomía y paisaje.
España aparece en tercer lugar, con más de 900 000 hectáreas de viñedos, de las cuales un 97 % se orientan a la producción bajo DOP e IGP, liderando ambas categorías en Europa. Su riqueza enológica es vasta y diversa: los tintos de La Rioja y Ribera del Duero, los vinos generosos de Jerez o los blancos de La Geria en Lanzarote, cultivados sobre terreno volcánico, son ejemplos elocuentes de una oferta territorialmente extensiva y culturalmente rica.
Portugal accede al cuarto puesto gracias al elevado número de vinos premiados. En su territorio sobresale el Valle del Duero, donde rutas fluviales panorámicas entre terrazas de viñedos se combinan con visitas a bodegas que permiten catar sus emblemáticos vinos fortificados.
Grecia, en quinto lugar, hace valer su antigua tradición vinícola remontada a la Grecia micénica. Destacan cepas autóctonas como la Assyrtiko en Santorini o la Liatiko en Creta. En sus recorridos guiados y degustaciones, los viajeros pueden apreciar cómo el paisaje, la mitología y la dimensión cultural del vino se entrelazan en su patrimonio enológico.
Más allá de los tres primeros escalones del podio, el índice reconoce también a países emergentes en esta disciplina. Alemania, en sexto lugar, demuestra relevancia con sus Riesling; Rumanía (séptimo) sorprende con tintos intensos como los de Dealu Mare; Hungría (octavo) destaca por la región de Tokaj, declaratada Patrimonio de la Humanidad y famosa por su vino dulce; Austria (novena) con zonas como el valle de Wachau junto al Danubio y más de 46 000 hectáreas bajo denominación de origen protegida; y finalmente Bulgaria, con su legado vitivinícola que se remonta a la antigua Tracia y un terroir que resurge con fuerza en el panorama turístico europeo.
Más que un ranking, este Índice de Enoturismo europeo proyecta una hoja de ruta para destinos que buscan consolidar o expandir su atractivo en el mercado de experiencias culturales y sensoriales. Revela que no basta la tradición milenaria: el reto está en articular esa herencia con calidad, reconocimiento internacional, accesibilidad, comunicación atractiva y estructuras turísticas que transformen la simple visita en vivencia enoturística completa. Asimismo, sugiere que los países que hoy emergen —y que no tienen décadas de prestigio acumulado— pueden posicionarse como alternativas frescas y estimulantes si aciertan en el diseño estratégico.
En ese sentido, para las regiones vitivinícolas europeas, esta evaluación funciona como un incentivo para reforzar su oferta, conectar narrativas locales con públicos globales y aprovechar el creciente apetito por viajes que exploran raíces y sabores. Si quieres, puedo adaptar esta nota al inglés o orientarla a un público especializado como agentes de viajes o someliers.