Los desafíos no son menores. La afluencia de visitantes se ha incrementado de forma sostenida, con cifras que superan 1,4 millones de entradas en lo que va del año, lo que tensiona la capacidad de carga del sitio y aumenta los riesgos de deterioro. Las medidas adoptadas, como los límites diarios de ingreso que oscilan entre 4.500 y 5.600 visitantes según la temporada, han sido pasos necesarios, pero insuficientes frente a una demanda que no deja de crecer. A esto se suman problemas operativos que afectan la gestión cotidiana, como la venta irregular de boletos, las quejas de los visitantes por el acceso y los precios, o las interrupciones ocasionales del transporte, factores que generan una experiencia menos satisfactoria y ponen en evidencia la falta de un modelo de administración estable y transparente.
El verdadero reto no se reduce a mantener un título honorífico, sino a asegurar que Machu Picchu conserve su autenticidad y su equilibrio ecológico para las próximas generaciones. Para ello es imprescindible ir más allá de las soluciones parciales y de las respuestas de emergencia. Se requiere un plan de manejo integral que articule el control de flujos turísticos, la conservación de la biodiversidad, la protección del patrimonio material e inmaterial, y la integración efectiva de las comunidades locales. Estas comunidades, herederas de saberes ancestrales y guardianas del territorio, deben ser actores centrales, no solo beneficiarias marginales, en la toma de decisiones y en la distribución de los ingresos que el turismo genera.
Asimismo, es fundamental que las distintas instancias de gobierno dejen de actuar de manera fragmentada. La coordinación entre el nivel nacional, las autoridades regionales y locales, y el sector privado debe basarse en criterios técnicos y de largo plazo, no en coyunturas políticas ni en disputas competenciales. Del mismo modo, la cooperación con organismos internacionales especializados puede aportar buenas prácticas y estándares de conservación que refuercen la protección del sitio sin caer en el aislamiento ni en la improvisación.
La advertencia de New 7 Wonders, por tanto, debe entenderse como una oportunidad para corregir debilidades estructurales y no como una amenaza que alimente el sensacionalismo. La experiencia mundial demuestra que los destinos patrimoniales que han logrado un equilibrio entre turismo y preservación —como algunos parques arqueológicos en Asia o sitios naturales en Europa— lo han hecho gracias a políticas de gestión integral, controles de acceso bien planificados, reinversión de los ingresos en conservación y una participación comunitaria efectiva.
Machu Picchu no solo es un símbolo de identidad para el Perú, sino un legado para la humanidad. Su conservación y buena administración exigen un esfuerzo colectivo y sostenido que ponga en el centro la protección de su valor histórico, cultural y ambiental, por encima de intereses políticos o económicos de corto plazo. Convertir esta advertencia en una oportunidad de mejora es el verdadero desafío que se impone hoy, mucho más allá de los titulares alarmistas que, lejos de ayudar, distraen la mirada de lo que realmente está en juego: el futuro de una de las joyas más preciadas del patrimonio mundial.