Mientras tanto, la National Gallery en Londres ha convocado un concurso internacional para construir un nuevo ala, denominado “proyecto domani” (“iniciativa mañana”), cuya inversión estimada supera los 375 millones de libras (alrededor de 433 millones de euros). Este ala se levantará sobre el campus conocido como Saint Vincent House y descongestionará áreas saturadas del museo. Servirá para integrar obras más modernas, diversificar narrativas artísticas y revitalizar el entorno entre Leicester Square y Trafalgar Square, al tiempo que se refuerzan las estructuras de conservación, seguridad y accesibilidad.
En el caso del Louvre, la magnitud del cambio es particularmente ambiciosa. Con cerca de 800 millones de euros, el museo se somete a su mayor transformación profunda desde la creación de la emblemática pirámide de Ieoh Ming Pei en 1980. Las mejoras incluyen modernización de tuberías, protección frente a filtraciones causadas por el aumento del caudal del Sena, una nueva entrada por el lado este (colonna de Perrault) para descongestionar la pirámide, y la creación de un espacio subterráneo exclusivo para espectadores que deseen ver La Gioconda, posibilitando una circulación más fluida y segura. Además se prevé una subida en las tarifas de entrada, especialmente para visitantes fuera de la Unión Europea, lo que se suma a nuevas rutas y tecnologías inmersivas como parte del plan “Nuevo Renacimiento”, operativa en su totalidad hacia 2031.
El impulso detrás de estas reformas brota de varias urgencias interrelacionadas. Por un lado, los efectos del cambio climático exigen mejoras estructurales urgentes: la subida del nivel del agua, los fenómenos extremos han afectado ya a varias pinacotecas. Por otro, el turismo, en muchos casos masivo y descontrolado, está generando tanto riesgos físicos para las obras como congestión para los visitantes, que llegan a pelear espacio ante una obra maestra como si de una atracción turística se tratara.
Además, estas instituciones se ven ante la necesidad imperiosa de asegurar su sostenibilidad financiera. No basta ya con conservar; hay que atraer, diversificar públicos y optimizar cada visita. Esto supone redefinir la experiencia museística: incorporar tecnología digital, recorridos inmersivos, zonas de encuentro, tiendas, cafés, auditorios; todo ello sin perder el sentido profundo de resguardar y exponer el arte.
No obstante, las reformas también levantan críticas. Algunos señalan que el aumento de precios, la priorización de visitantes extranjeros o la posibilidad de que las instituciones se vuelquen más al entretenimiento que al arte puro, podrían excluir a ciertos públicos. Figuras reconocidas en el mundo museístico se preguntan si estamos presenciando una mercantilización del espacio cultural, donde lo espectacular comienza a pesar más que lo sustancial.
Aun así, en la práctica, el escenario obliga a actuar. Los museos del Prado, el Louvre y la National Gallery se hallan en un cruce: conservar su legado, responder al desborde de visitantes, adaptarse a cambios ambientales y asegurar su viabilidad futura, sin renunciar a la calidad y la misión educativa de quienes los fundaron. Esta ola remodeladora que hoy nos sacude parece ser solo el primer paso de un nuevo capítulo museográfico donde arquitectura, sostenibilidad, experiencia y arte se entrelazan más que nunca.