Se destacó además la necesidad de que la inclusión y la sostenibilidad no sean meros adornos, sino ejes centrales de las políticas, con criterios claros para inversión, gobernanza y gestión de riesgos.
Entre las prioridades señaladas se hallan la innovación digital orientada a empoderar a las micro, pequeñas y medianas empresas, especialmente aquellas lideradas por mujeres o ubicadas en zonas remotas; el acceso a financiamiento justo y sostenible, con instrumentos que reduzcan las barreras burocráticas y los riesgos para quienes carecen de redes de respaldo; la mejora de la conectividad aérea internacional como factor clave para que el turismo promueva el desarrollo equilibrado entre regiones; y el refuerzo de la capacidad de recuperación de las comunidades frente a fenómenos climáticos, crisis sanitarias o fluctuaciones económicas.
Sudáfrica, en su papel como anfitriona de este encuentro, puso en marcha medidas concretas que ejemplifican este nuevo enfoque. Se presentó una cumbre de inversión turística en Ciudad del Cabo, se dieron pasos para digitalizar los procesos de visado mediante la implementación de autorizaciones electrónicas de viaje, y se anunciaron proyectos de infraestructura turística que integran criterios ambientales y sociales.
También se enfatizó la creación de directrices —como la guía “Tourism Doing Business” adaptada para Sudáfrica y África— orientadas a hacer más transparente y accesible la inversión, reforzando la confianza de los inversores y asegurando que la actividad turística beneficie a quienes suelen quedar fuera del circuito tradicional.
Pololikashvili hizo un llamado especial respecto a África: aunque el continente representa el 19 % de la población mundial, recibe apenas alrededor del 5 % del turismo internacional. El objetivo que se fija es duplicar esa proporción, pero para lograrlo se considera indispensable trabajar en facilidad de acceso —visados, transporte aéreo, infraestructuras— así como en la formación de talento local.
El compromiso adoptado en la Declaración de Mpumalanga refleja estas ideas. Bajo los lemas “Solidaridad, Igualdad, Sostenibilidad”, los ministros del G20 aprobaron una hoja de ruta que busca institucionalizar un enfoque inclusivo en los discursos y en los hechos, vinculando las políticas de turismo con objetivos de desarrollo sostenible, acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, y una gobernanza que permita que las voces de los pueblos originarios, las comunidades rurales y otros grupos vulnerables sean escuchadas y valoradas.
Este momento representa una encrucijada: el turismo ya no puede limitarse a medir éxito en número de visitantes o ingresos, sino que debe redefinir su finalidad para convertirse en fuente de equidad social, de oportunidades para todos, y de protección del medio ambiente. A partir de ahora, los ojos estarán puestos en cómo los países del G20 traducen esas compromisos en inversiones reales, en políticas nacionales consistentes, en alianzas con el sector privado y en estructuras que permitan evaluar resultados sociales y ecológicos, no solo económicos. Si lo consiguen, el turismo habrá dado un salto: de ser un sector de crecimiento exponencial, a ser auténticamente transformador.