Martha Bibiana Gómez Toro
Entre la lista de patrimonio mundial de la UNESCO, el desconocimiento y la educación: El Paisaje Cultural Cafetero Colombiano (PCCC)
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) promueve la paz y la igualdad en todo el mundo, fomentando la cooperación entre las naciones a través de la educación, la ciencia, la cultura, la comunicación y la información. Colombia es Estado miembro desde el 31 de octubre de 1947.
En 1972, a través de la Convención de las Naciones Unidas sobre Patrimonio Mundial, se estableció la protección de sitios con un valor universal excepcional como parte del patrimonio común de la humanidad. Más adelante, en 1992, se incorporó la categoría de los Paisajes Culturales, reconociendo la interacción entre patrimonio, paisaje y territorio.
En el 2011, el Paisaje Cultural Cafetero Colombiano (PCCC) fue incluido como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. El PCCC es un ejemplo sobresaliente de uso continuo de la tierra, resultado del esfuerzo colectivo de varias generaciones de familias campesinas, propietarias de pequeñas parcelas que han desarrollado prácticas innovadoras de manejo de los recursos naturales en condiciones geográficas extraordinariamente desafiantes. La tradición cafetera es el símbolo más representativo de la cultura cafetera de Colombia, con manifestaciones tangibles e intangibles y un legado único.
Analizando cronológicamente, la inclusión del Paisaje Cultural Cafetero Colombiano en La Lista de Patrimonio Mundial se dio mediante la Decisión 35 COM 8B.43, el 25 de junio de 2011. Posteriormente, el Ministerio de Cultura de Colombia, a través de la Resolución 2079 del 7 de octubre del mismo año, lo reconoció como Patrimonio Cultural de la Nación. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿por qué primero se dio el reconocimiento internacional y solo después el nacional? ¿Será que el gobierno de Colombia no cree en las maravillas de los territorios de su país? La reflexión queda abierta a interpretación de los lectores.
En consecuencia, el territorio del PCCC incluyó áreas rurales (veredas) y urbanas de 51 municipios en 4 departamentos: Caldas, Quindío, Risaralda y Valle del Cauca, como bien de interés cultural de la humanidad por ser un paisaje excepcional productivo único, ubicado entre las cordilleras Central y Occidental dentro del sistema montañoso de los Andes Colombianos.
Con el mismo propósito, se definieron los 16 atributos del Paisaje Cultural: café de montaña, predominancia del café, cultivo en ladera, edad de la caficultura, patrimonio natural, disponibilidad hídrica, institucionalidad cafetera y redes afines, patrimonio arquitectónico, patrimonio arqueológico, poblamiento concentrado y estructura de la propiedad fragmentada, influencia de la modernización, patrimonio urbanístico, tradición histórica de producción de café, minifundio cafetero como sistema de propiedad de la tierra, cultivos múltiples y tecnologías y formas de producción sostenibles en la cadena productiva del café. En realidad, son las huellas que han dejado los ancestros y que dejan los actuales habitantes en el territorio.
Es importante señalar que, para la sustentación, preparación de informes, y la unificación de criterios y metodologías que serían enviados a la UNESCO para lograr el reconocimiento mundial del PCCC (proceso que tomó más de una década), fue necesaria la conformación de un equipo multidisciplinario e interinstitucional liderado por el Ministerio de Cultura, junto con las administraciones departamentales y municipales, las universidades, las Corporaciones Autónomas Regionales y la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. En ese proceso se evidenció la importancia de construir consensos técnicos y culturales entre diversos actores del territorio.
La teoría siempre es bella, los informes son perfectos, pero al ir a la práctica, y con el correr de los años surgen los ajustes y los grandes retos: disminuir las brechas, mitigar los impactos negativos y hacer operativos los compromisos establecidos en el plan de manejo. La UNESCO, además de reconocer el valor único excepcional de estos paisajes y su importancia global para la humanidad, busca asegurar su conservación para las futuras generaciones. Por tanto, merecen ser protegidos y sostenibles en todas las dimensiones: sociocultural, económica y ambiental. El llamado es urgente ¿quiénes deben proteger estos paisajes?
Además, implica aprender de las experiencias de sitios que fueron retirados de la Lista de Patrimonio Mundial: el Santuario del Oryx Árabe (Omán) excluido en 2007, tras reducirse en un 90% el área protegida por exploración petrolera; el Valle del Elba en Dresde (Alemania), eliminado en 2009, por construcción de un puente que fragmentó y el paisaje; y la ciudad marítima mercantil de Liverpool (Reino Unido), retirada en 2021, por desarrollos urbanísticos que afectaron su autenticidad histórica. Esto evidencia que un reconocimiento patrimonial no es garantía permanente de existencia, sino una responsabilidad constante. El territorio del Paisaje Cultural ya muestra señales de afectación, lo que exige acciones urgentes y sostenidas para conservar su valor excepcional.
Un punto clave que se presenta es el desconocimiento total y parcial de lo que realmente significa el PCCC para la comunidad local, tanto en contextos urbanos como rurales. Si bien es claro que la raíz del PCCC es el café y sus cultivos, ese árbol tiene muchas ramas y frutos por descubrir. El PCC va mucho más allá: es toda una cultura viva, una amalgama de saberes y tradiciones que se entretejen en el día a día de quienes lo habitan.
Es allí donde la respuesta es la educación, un factor determinante para que, desde la UNESCO, el gobierno nacional, departamental y municipal, se unan esfuerzos y se incorpore la cátedra “Cultura integral”. Esta debe incluir conocimiento del país, fortalecimiento y apropiación del paisaje, así como el conocimiento y reconocimiento de sus valores excepcionales y sus atributos.
Dicha cátedra debería estar integrada en las estructuras curriculares, desde la básica primaria hasta secundaria, en las instituciones educativas tanto rurales y como urbanas, y en las diferentes modalidades de educación. Debe tratarse de un proceso continuo, porque de lo contrario se percibe como una capacitación más sin ningún propósito claro.
El paisaje existe gracias a los pequeños caficultores y sus familias en las áreas rurales de los cuatro departamentos: comunidades campesinas que sobreviven con los pequeños cultivos de café y productos de pan coger a pequeña escala. En algunos casos reciben asistencia técnica por parte de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, aunque esta no siempre es suficiente.
Existen veredas donde el Estado no hace presencia, las vías de acceso son complejas y las viviendas se encuentran en condiciones precarias. Además, estas comunidades enfrentan múltiples desafíos: factores climáticos, inseguridad, falta de soberanía alimentaria, desastres naturales, escasez de mano de obra y una población envejecida, muchas veces cansada, sin relevo generacional.
Por eso es fundamental educar a la niñez del campo, para que vean en su entorno rural opciones laborales dignas: desde transformar los cultivos en productos con valor agregado, hasta convertirse en gestores y promotores del turismo cultural, y así no abandonen el territorio cuando crezcan.
En la misma línea, algunos jóvenes rurales ya se han convertido en emprendedores. A pesar de las dificultades, han comprendido que transformar la semilla de café en una buena de taza de café especial, mediante buenas prácticas agrícolas, da resultados. Muchas familias campesinas han logrado crear sus propias marcas de cafés.
Otros jóvenes, por su parte, han encontrado en el turismo una alternativa viable y enriquecedora. Hoy en día, los viajeros buscan cada vez más destinos poco masificados, tranquilos y auténticos, donde puedan disfrutar de la cultura local y la naturaleza. En respuesta a esa tendencia, jóvenes emprendedores han desarrollado productos turísticos relacionados con el café, como rutas cafeteras, recorridos en jeep Willys y talleres experienciales para coffee lovers e inmersiones culturales.
Asimismo, se han implementado actividades de aventura como parapente, canopy, tirolesa, trekking, que han dinamizado la economía en temporadas altas. Sin embargo, el gran reto sigue siendo el cumplimiento de estándares de calidad, que abarcan desde infraestructura turística, vías de acceso y conectividad, hasta los aspectos como el bilingüismo, la accesibilidad y los precios justos, elementos que aún son difíciles de encontrar en muchas zonas rurales.
Adicionalmente, en respuesta a las exigencias de los turistas se ha ido perdiendo parte de la arquitectura tradicional de las fincas cafeteras. En muchos casos, resulta más económico demoler y construir nuevos diseños o adoptar otros estilos arquitectónicos distintos que restaurar las edificaciones originales. En otros, los terrenos destinados al cultivo del café han sido transformados, en zonas de recreación con juegos para niños, piscinas, jacuzzis, parqueaderos o incluso convertidos en unidades residenciales, lo cual ha impactado negativamente el paisaje cultural.
Para finalizar, la responsabilidad de proteger y salvaguardar el territorio PCCC, es tarea de todos. Es un llamado a cada habitante de esta casa común llamada “Tierra”, a contribuir, al menos, con uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el numero 11: Comunidades y ciudades sostenibles, que tiene como una de sus metas proteger el patrimonio cultural y natural del mundo. Se trata de aprovechar con responsabilidad la herencia cultural y hacer un uso racional de los recursos disponibles.
Autora: Martha Bibiana Gómez Toro
Magister en Gerencia Turística
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